📖 Diario de Etapas
No todo lo que vivimos cabe en un libro, ni en una serie cerrada.
Hay momentos que llegan de pronto y se van igual de rápido, pero dejan una huella pequeña y necesaria.
En este espacio recojo esas huellas:
los viajes que me llevan de un lugar a otro,
las experiencias que marcan un día cualquiera,
las ilusiones que se cumplen sin hacer ruido,
y los sueños que todavía esperan su tiempo.
No pretendo ordenarlos como capítulos definitivos.
Son apuntes de camino, escritos en voz baja, como quien abre un cuaderno y anota lo que no quiere olvidar.
Quizás aquí no encuentres grandes titulares, pero sí la suma de instantes que, al mirarlos juntos, dibujan la ruta de una vida.
La mía, que comparto con quien desee caminar conmigo un tramo más.
Cumpleaños, postales y un hilo invisible
14 de julio de 2025
Este año, el 14 de julio no fue solo un cumpleaños.
Fue una bisagra: un día que unió muchas emociones, como si todo el viaje hubiese desembocado en ese instante.
Pero algo me faltaba: la postal de Bill y Chelo no había llegado.
Desde hace más de veinte años, cada cumpleaños viene sellado por ese gesto suyo: una postal hecha con mimo, con papel de calidad, con frases que acarician. Una postal que se supera año tras año.
Esa tradición ya no es solo suya: también es nuestra. Está en el corazón de la celebración.
Y este año, sin ella, algo en mí se resistía a cerrar el círculo, No podía dar las gracias como acostumbro. No estaba completo.
"Son más de veinte años recibiendo su postal.
Cada año la espero con más ilusión.
Cada año se supera.
Y este año no podía ser menos."
Aunque no llegó, su ausencia también me habló: me recordó que la vida se cose con hilos invisibles, incluso cuando falta una puntada.
Girona, Tenerife y un corazón partido
14 de julio de 2025
He comido dos tartas de cumpleaños este año.
Una con los de Girona. Otra con los de Tenerife.
Y cada una con su parte de mí.
El viaje empezó el 8 de julio, pero no terminó hasta el 19, cuando celebramos nuestro aniversario de bodas.
Un cierre lleno de ternura… y de dolor.
Porque la enfermedad no nos está dando tregua.
Pero tampoco nos está venciendo.
La vida nos lleva por caminos extraños.
A veces dulces. A veces áridos.
Pero siempre nuestros.
Gracias por dentro
14 de julio de 2025
Quiero dar las gracias:
a todos los que me felicitaron,
y también a quienes no lo hicieron, pero me tuvieron presente;
a quienes me acompañaron en el viaje, física o emocionalmente.
Pido disculpas si no respondí como debía.
A veces uno solo puede gritar por dentro.
A veces el alma necesita silencio para no desbordarse.
"Gracias por compartir la vida,
en lo grande y en lo pequeño.
Hoy no necesito más que eso:
sentirme acompañado."
🔚 Coda final – El hilo que no se rompe
14 de julio de 2025
A veces basta una postal para coser un año.
Un reencuentro para restaurar una raíz.
Una visita al cementerio para empezar a vivir de otra forma.
Este viaje no ha sido solo un retorno a los lugares donde fui niño, hijo, hermano o amante.
Ha sido un viaje a las emociones que no supe nombrar; a las culpas que callé; a los agradecimientos que nunca expresé en voz alta; y a esas costuras invisibles que siguen sujetando mis días, incluso cuando todo tiembla.
"No hay viaje sin heridas.
No hay heridas sin memoria.
Y no hay memoria que no merezca ser dicha."
De Vall-Llobrega a Cornellà,
de Calella a Huesa,
de un Renault 10 a una carta que aún no ha llegado,
todo ha sido parte de este mapa emocional que me define.
Ahora lo sé: las ventanas de luz no siempre se abren hacia afuera.
A veces hay que cerrarlas un momento para mirar hacia adentro.
Y después, con calma, con coraje, volver a abrirlas y dejar que entre la vida.
Tarde-noche de mi cumpleaños
14 de julio de 2025
"Lo que no fue y lo que sí quedó"
Girona y memoria afectiva
Serie: El viaje que cosió mis ventanas
La tarde del 13 de julio llamé a Merçè Coromina para ver si podíamos tomar un café. Estaba terminando un trabajo, pero podíamos vernos al día siguiente.
Y así fue.
El 14 de julio, día de mi cumpleaños, quedamos para cenar. Ella propuso un sitio precioso a las afueras de Girona: Tomàquet Bar Restaurant.
Ya en la mesa, le confesé que cumplía 69 años. Se emocionó. Le hizo ilusión que la hubiera llamado justo ese día.
La cena fue bonita. Cercana. Y muy aprovechada.
Recordamos muchas cosas de Cornellà del Terri, su gente, sus costumbres. Hablamos de "Un tal día como hoy", de las gestas del Maig y del mítico ball del cornut.
Me vine arriba; saqué pecho y me permití hablar de mis experiencias literarias. Merçè estaba encantada: me escuchaba con ese brillo que solo tienen los amigos que te han conocido en varias versiones.
Un afecto que viene de lejos
Con Merçè hubo algo más que amistad… aunque nunca fue más que eso.
Hace unos cuarenta años, tras una cena, nos detuvimos en la entrada del pueblo. Hubo besos y caricias. Estábamos los dos separados, pero no profundizamos. Quizá no era el momento. O quizá, sin saberlo, preservamos algo más valioso: la amistad.
Una amistad profunda, de esas que resisten el calendario.
Años después, ya con Cristi en La Laguna, vinieron a visitarnos ella y su amiga Lucía. Nos habíamos cruzado antes; hubo miradas y pocas palabras. Nada más. Otra pieza de esa constelación de afectos que me acompaña.
Recuerdos cruzados
Hablamos también de Adela. Ya jubilada, inteligente, centrada.
Para mí representó mucho en su momento; creo que ella estaba más por mí que yo por ella. Yo aún andaba atrapado en otros amores.
Una vez fuimos a su apartamento en Playa de Aro. Hubo besos y alguna caricia, pero poco más. Nos volvimos pronto. Adela fue de esos amores que llegan a destiempo: no duelen, pero tampoco se olvidan.
El día termina, pero no se cierra
Aquel 14 de julio fue largo y lleno de vida.
Por la mañana lloré en el cementerio de Cornellà lo que nunca dije.
Por la noche cené con una amiga por lo que aún me queda por vivir.
Porque también esto es coser ventanas: mirar atrás sin miedo y alrededor con gratitud.
Merçè me recordó que la vida no siempre se mide por lo que ocurrió, sino por lo que supo resistir. Y nuestra amistad, intacta, es prueba de ello.
El Mas Ferrer y Triana – Una noche de amor desesperada
14 de julio de 2025 – Noche
Aquella mañana, tras salir del cementerio de Cornellà del Terri y llorar —por fin— lo que llevaba tantos años guardado, sentí que no podía volver a Caldes y acostarme sin más. Necesitaba abrir otras puertas, decir otras verdades.
Llamé a Josep San Martín, un amigo al que hacía tiempo que no veía. Le propuse tomar un café. Él, generoso, me invitó a su casa, para ver también a Anna.
Conduje el Fiat 600 automático que había alquilado para este viaje. En la radio sonaba (Cerrado por derribo) de Sabina. Crucé las calles traseras de Cornellà, esas que llevan al corazón de Triana. Pasé por la masía de la Mercè, la casa de Joaquima, la de Conchi —a la que dedicaré otra ventana—.
Y entonces apareció ante mí El Mas Ferrer. Ese hotel lo guarda todo:
detrás, el huerto donde mi padre cultivaba;
dentro, habitaciones, bar y restaurante;
y una familia que, durante un tiempo, también fue la mía. Una familia que amé.
Y una noche —aquella noche, con 23 años—, una noche de amor desesperada.
El centro de todo
Después de repartir ajos o acabar la jornada en el almacén, siempre pasaba por allí.
En el Mas Ferrer vivía Carles, en una habitación de arriba: alto, con rizos, ojos verdes, educado, brillante.
Yo entraba a dejar albaranes, entregar el dinero, dar el parte… y a encontrarme con ellos: la familia gaditana que regentaba el bar.
Geno, rubia y preciosa, novia de uno de los trabajadores; su hermana, con su pareja, llenaban de fuerza y complicidad aquel espacio.
Y luego estaba ella, la sobrina: alta, joven, rubia, simpática. Hablábamos cada día. Yo no sabía qué era aquello; solo que lo esperaba. Que me hacía bien. Que su mirada me devolvía algo.
Una noche que me acompaña siempre
No hace falta contarlo todo.
Solo diré que fue una noche marcada por el deseo, la juventud y la urgencia de sentirse vivo.
Una noche sin reloj. Una noche desesperada, sí, pero no vacía.
Una noche que no buscaba futuro, sino consuelo.
Ese chico torpe, invisible, que yo sentía que era… esa noche fue visto. Fue querido.
Sin promesas. Sin eternidad. Pero con verdad.
Hoy, al pasar por El Mas Ferrer, no veo un hotel.
Veo una escena que me construyó: un cruce de vidas que no se repitió, pero que me acompaña cuando me miro en el espejo de los años.
Topónimos que laten – Los pueblos que me acompañaron
Julio de 2025 – Cornellà del Terri
Hay palabras que no se dicen: se respiran.
Ravós. Vilafreser. Sords. Pujals dels Pagesos. Pujals dels Cavallers. Medinyà. Sant Esteve de Guialbes. Santa Llogaia del Terri. Palol. Pont-Xetmar.
Para otros, son solo nombres. Para mí… laten.
No son puntos en el mapa, sino piel vivida: vueltas en bici, fiestas mayores, voces amigas entre "el pueblo de al lado".
Cada uno trae un gesto, una calle, una música.
Vilafreser, donde llegué sin saber por qué y me fui sabiendo para qué.
Sords, con su iglesia diminuta y su calma de campo abierto.
Ravós, recuerdo de alguien que ya no está, pero sigue presente en sueños.
Medinyà, que olía a chimenea y a charla lenta.
Pujals dels Cavallers y dels Pagesos, iguales como hermanos.
Pont-Xetmar, donde el río marcaba frontera entre trabajo e infancia.
Sant Esteve, con sus campanas suaves, como para no molestar.
Cornellà fue mi centro; estos nombres fueron mis raíces.
Hoy siguen latiendo cuando los pronuncio en voz baja.
No hay nostalgia. Hay gratitud.
La certeza de que algunos lugares no se van porque nunca se fueron: se quedaron dentro.
Cornellà del Terri – Una despedida callada
🕊️ Los números que arden por dentro
14 de julio de 2025 – Cementiri de Cornellà del Terri
Serie: El viaje que cosió mis ventanas
Hoy he venido a despedirme.
A decir con lágrimas lo que nunca supe decir con palabras.
Papá, mamá… os quise, os quiero. Y aunque tarde, estoy aquí.
Números que no se olvidan
Mi padre falleció el 3 de diciembre de 1991, a los 71 años.
Mi madre, el 3 de junio de 1994, con apenas 66.
Desde entonces, sus lápidas guardan más que fechas: guardan símbolos.
En la de mi madre, el número 54; un número que me acompaña desde siempre, sin saber muy bien por qué.
En la de mi padre, el 282; justo encima del 281, donde descansa Met Gasols, aquel amigo mayor que la vida me regaló una sola vez.
¿Casualidad? No lo creo.
Creo en los hilos invisibles que nos atan: en gestos del tiempo que nos hablan si sabemos mirar.
Hoy, al ver esos números, no vi cifras: vi señales.
Vi a mi padre. Vi a mi madre. Vi a un amigo.
Vi parte de lo que soy.
Viernes 11 – Domingo 13 de julio de 2025
Viernes 11 – Llegada a la trobada
Nos fuimos todos a la casa familiar.
Éramos muchos: mis hermanos Julián, Antonia, María Jesús, Eduardo y yo; los sobrinos y sus parejas; Laura con Ibraime.
Gerard prefirió no venir. A veces me duele su forma de apartarse; me parece un poco egoísta y eso hace sufrir a la familia.
Con Laura hablé largo y tendido. Fue una conversación que me arañó por dentro. Me confesó que ha tenido que ir al psicólogo por la forma de actuar de Gerard. Palabras duras, pero necesarias.
Sábado 12 – Fiesta familiar y búsqueda interior
Todo fue fiesta: la primera trobada familiar. Risas, abrazos, complicidad.
También me permití un tiempo para mí: salí a visitar pueblos cercanos, buscando señales en la tierra de mis recuerdos.
Galliners, Olives, Ollers, Orfes, Parets d'Empordà, Sant Esteve de Guialbes, Sant Marçal de Quarantella, Terradelles, Vilademí, Vilademuls, Vilafreser, Vilamarí…
Cada nombre es una semilla de memoria.
En medio de esa caminata interior apareció Joan Serra (Tirris, Tirras), amigo del alma. Hay personas y lugares que se quedan para siempre.
Domingo 13 – OHANA
El domingo se convirtió en un canto a la familia.
OHANA: la familia nunca se abandona ni se olvida.
Celebramos los 50 años de Gaspi. Su vida recuerda que un golpe puede convertirse en oportunidad: aquel accidente fue un punto de inflexión y hoy su salud es de hierro.
El lugar elegido fue Can Fonsu. Para mí era un nombre más… hasta que recorrí el camino.
Entonces se me abrieron de golpe recuerdos dormidos.
Esta tierra es el granero de mis sentimientos.
Carta de gratitud
GRÀCIES A TOTS per aquesta primera trobada familiar 🙌🏼
Este encuentro ha sido un recordatorio de que seguimos aquí, unidos, aunque la vida nos lleve por caminos distintos.
Gracias, de corazón, a los sobrinos que pusieron energía, ganas y cariño para organizarlo.
Ojalá no sea la última vez.
Y gracias a cada uno de vosotros, presentes o ausentes. Incluso a Cristi, que no pudo estar, pero a la que sentí a mi lado en cada momento.
Con vosotros, todo esto tiene sentido.
En busca de mi yo
Calella de Palafrugell, 10 de julio de 2025
Día gris. Trabajo sin rumbo. Vacío.
Entonces apareció Aránzazu. Traía libertad y vida.
Un viaje de trabajo hacia La Bisbal cambió de plan:
—"Vamos a Calella", dijo.
Carretera, Renault 10, risas al viento.
La complicidad llegó sin avisar.
Más que el deseo, fue sentirme vivo otra vez.
En Calella hacía frío, pero el mar estaba en su sitio.
Besos, sal, rocas. Un recuerdo que no se borra.
Ayer volví.
No estaban sus palabras ni su risa; sí la arena, las rocas, el viento.
Y yo, distinto: con la huella de aquel día todavía en la piel.
El viaje que cosió mis ventanas – Parte II
Cornellà del Terri, 9 de julio de 2025
A veces basta con estar cerca.
Ayer visité Cornellà del Terri.
He venido muchas veces, pero ayer lo hice con otra mirada: más íntima, más callada. Ya no buscaba calles ni paisajes, sino despedidas.
Quería ir al cementerio: estar con ellos, con mis padres, en silencio.
El cementerio estaba cerrado y, curiosamente, no me dolió. Sentí que el simple hecho de haber ido, de haber estado allí, ya tenía su valor.
No siempre hace falta hablar con los muertos para decirles lo que sentimos; a veces basta con caminar hacia ellos.
Cornellà fue mi centro. También lo fueron sus pueblos vecinos: Ravós, Vilafreser, Sords, Pujals dels Pagesos, Pujals dels Cavallers, Medinyà, Sant Esteve de Guialbes, Santa Llogaia del Terri, Palol, Pont-Xetmar.
Hoy, 55 años después de mi llegada en aquel julio de 1970, vuelvo a pronunciar esos nombres. Cada uno se abre como una ventana mínima, aún viva en mi memoria.
No hay nostalgia. Hay gratitud.
Vall-Llobrega, la puerta cerrada
8 de julio de 2025
Hoy regresé a Vall-Llobrega después de 55 años.
No buscaba un lugar; buscaba una parte de mí.
Pasé por Palamós, Sant Joan, La Fosca… todo igual y distinto a la vez.
Lo que me esperaba estaba en la iglesia de Sant Mateu.
La encontré cerrada. Me vi de niño, bajando corriendo a abrir la puerta a los turistas. La puerta sigue siendo la misma, pero ya no hay nadie que la abra.
El huerto es ahora una rambla. El almendro ha desaparecido. La rectoría ya no tiene voces.
Un hombre nos miró con desconfianza. No dije nada. La punzada fue por dentro.
Y, sin embargo, hubo una sonrisa.
Un camarero marroquí me escuchó decir: "En esa casa viví yo".
Sonrió, sin más. Fue suficiente.
A veces basta una sonrisa para recordarte que aún hay luz.
Un dolor en el aire
Durante el vuelo Tenerife–Barcelona, 8 de julio de 2025
Tengo un dolor que no puedo sacar de dentro.
Ganas de llorar. De gritar. De decir: también fui niño.
Nunca dije basta. Me acomodé en un lugar donde no se ve el miedo, pero se siente el temblor: miedo al ridículo, al qué dirán, a no ser suficiente.
Entre lágrimas regresé a una infancia que nunca supe defender.
Aún escucho aquella frase cruel: "La tierra de las tres cosechas: moco, lagaña y esparto".
Dura para un niño. Dura para un orgullo que aún no sabía que lo era.
Mi bocadillo de jamón y el pan tierno, preparados con cariño, fueron mi única compañía en el vuelo.
Mientras comía, lo vi claro: a veces no se ve lo que tienes muy cerca.
Cuando te alejas un poco, cuando tomas distancia, empiezas a ver lo bonito que es.
Quizá somos como esas obras de arte que necesitan observarse desde lejos para descubrir sus matices.
Hoy siento que soy esa obra. Y que, por fin, empiezo a mirarme con ternura.
Ventana Huesa
7 de julio de 2025
Estaba en el bordillo frente al Ayuntamiento observando el ir y venir de la gente: cicatrices, miradas ausentes, cuerpos marcados por una guerra.
Recordé a los primeros turistas que visité mientras mostraba la rectoría: eran suizos. Jamás imaginé que yo mismo emigraría de nuevo… esta vez a Ginebra.
¿Casualidades? Tal vez.
Pero también hay un hilo invisible que cose lo disperso de la vida. Lo une todo con un trazo tan fino que solo el tiempo permite ver que todo está tejido por la misma costura.
José Moreno Robledillo · Pensamiento libre, sin gritos
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