14 de julio. Los números que arden por dentro
14 de julio de 2025 – Cementerio de Cornellà del Terri Agradezco profundamente al personal que lomantiene con respeto. Ese día me dejaron a solas con mis padres. Me dijeron: "Aprovecharemos para hacer otras tareas fuera."
Y ese silencio, ese gesto… fue todo.
Nota del autor
Este texto quise escribirlo hace años, en Tenerife.
Pero entonces, aunque sentía la urgencia, no estaba preparado.
Era un nudo demasiado apretado. Un pozo sin palabras.
Cornellà del Terri no fue solo un lugar. Fue una etapa que me forjó:
el matadero, la cooperativa, la casa levantada a pulso…
Fue lucha. Adolescencia. Familia unida sin decirlo.
Pero para abrir esta ventana, antes tenía que despedirme.
Y hacerlo aquí, en la puerta del cementerio.
14 de julio. Los números que arden por dentro
Cementiri de Cornellà del Terri
Hoy es lunes, 14 de julio, y cumplo 69 años.
Nací en la calle Guadiana, en un pequeño pueblo de Jaén llamado Huesa.
Y hoy, casi siete décadas después, estoy en la puerta del cementerio de Cornellà del Terri.
He venido a despedirme —por fin— de mis padres:
Juan Antonio Moreno Herrera y Eduarda Robledilla Carmona.
Y también de una niña.
Una niña que debía ser mi primera ahijada.
Mi sobrina.
Murió demasiado pronto, y descansa junto a mi madre.
Hoy tendría 52 años.
Entonces yo trabajaba en Ginebra.
Lejos.
Demasiado lejos.
"Papá, mamá…
Os quise.
Os quiero.
Os echo en falta."
Lo hago con dolor. Con unas ganas contenidas durante demasiados años. Con lágrimas en los ojos.
Porque cuando murió mi padre, no supe llorarle.
No supe cómo.
No pude despedirme como merecía.
Vivía atrapado en una vida que corría sin pausa, huyendo hacia adelante, tratando de salvar un matrimonio que quizás ya había nacido muerto.
En aquellos días, todo era demasiado confuso. Demasiado doloroso.
Mi padre murió de cáncer.
Yo estuve con él, sí. Dormí en casa, me quedé noches a su lado.
Pero, aun así, no le dije lo que tenía que decirle.
No le dije "te quiero", ni "lo siento", ni "qué vida más dura tuvisteis".
Me faltó la voz. Me sobró el ruido.
Cuando falleció mi madre, yo ya estaba en Tenerife, intentando rehacer mi vida. Hundido en un trabajo que me consumía.
Recuerdo con rabia y tristeza el día que me avisaron de su muerte.
Y yo, en lugar de parar el mundo para pensarla, para honrarla, estaba en un colegio justificando una bandeja de pavos fermentada.
Me podía el compromiso con el cliente. Me podía el querer quedar bien.
Y me fallé a mí mismo.
No estuve.
Ni para ella.
Ni para mí.
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He venido a despedirme.
A decir con lágrimas lo que nunca supe decir con palabras.
Y el lugar me habla.
Hay números que no se olvidan.
3 de diciembre de 1991: mi padre, 71 años.
3 de junio de 1994: mi madre, apenas 66.
La niña: demasiado pronto. Apenas llegó a ser.
Número 54: en la lápida de mi madre. Me acompaña desde siempre.
Número 282: en la de mi padre, justo encima del 281.
Allí reposa Met Gasols, aquel amigo mayor que la vida me regaló una sola vez.
¿Casualidad? No lo creo.
Creo en los hilos invisibles que nos atan.
En gestos del tiempo que nos hablan si sabemos mirar.
Hoy, al ver esos números, no vi cifras:
Vi señales.
Vi a mi padre.
Vi a mi madre.
Vi a un amigo.
Y vi también a una niña.
Vi parte de lo que soy.
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Hay números que se clavan,
y hay topónimos que abrazan.
Yo tengo los dos.
Y me sostienen.