Carta a Gerard y Laura desde Huesa

24.05.2025

Mi primer día en Huesa, 60 años después

Gerard, Laura, hoy, sábado 24 de mayo de 2025, quiero abrir una ventana para hablaros desde Huesa. He vuelto a la casa donde nací, un sábado 14 de julio de 1956. Ahora lleva el número 69, pero entonces no estoy seguro de que tuviera número. No tenía esta fachada de piedra vista que ahora la cubre; eran paredes blancas, encaladas, que se lavaban con esmero. Lo que no ha cambiado son esas pequeñas ventanas por donde entraba la luz y el aire fresco, el mismo que ayudaba a curar los embutidos tras la matanza.

Desde esas ventanas, que eran las habitaciones, me asomaba de niño para ver pasar a la gente o a las vecinas sentadas enfrente, con sus sillas de cordel. En este pequeño pueblo de Huesa había entonces mucha vida. Muchísima.

Cuando nací, aquí éramos casi cinco mil empadronados. Hoy no llegan a dos mil. Las familias eran grandes: seis, ocho o hasta diez hijos. Era normal ver un buen puñado de niños corriendo, jugando, llenando las calles.

Ayer, cuando llegué por la tarde, no vi niños. No vi gente en las ventanas. Nadie en las puertas. Ningún funcionario, ningún guardia. Tampoco juegos, tampoco voces.

Me contaron que muchos empezaron a marcharse a primeros de mayo: unos a Francia a recoger cerezas, otros a la costa, otros a temporadas largas en otras partes de España. Porque hay cosas que no cambian: emigrar para poder vivir.

Hoy hablé con Vicenta, nacida en 1967, cargada de historias. Me dijo que ahora los chicos salen más tarde de casa, que los más pequeños juegan dentro, con los ordenadores e internet, y que solo salen al atardecer a los parques. Que los mayores jubilados también esperan a que baje el sol para salir a arreglar el mundo en corro. Y que los jóvenes que estudian fuera ya solo vuelven en vacaciones o puentes largos. Sus vidas ya no se hacen aquí.

Vicenta me dijo que mis padres hicieron bien en emigrar juntos. Y tenía razón: fuimos en bloque, nos mantuvimos unidos. Hoy, quienes van a Francia o a otras partes como temporeros, dejan a la familia atrás. Se van por temporadas, por necesidad. Por esfuerzo. Por salario. Pero, sobre todo, por falta de oportunidades.

Mientras ella hablaba, yo pensaba…

¿Dónde está hoy el ascensor social?

¿Dónde se han ido las oportunidades?

¿Quién se ha quedado con el talento de los jóvenes de Huesa?

Porque me contaba que han salido médicos, biólogos, ingenieros, abogados… un sinfín de carreras. Pero… ¿dónde pueden ejercer?

¿Dónde está el Instituto de Altas Tecnologías del Altiplano?

¿Dónde está la Escuela de Turismo Rural de la Sierra?

¿Dónde están las inversiones con valor añadido?

Huesa no es solo el lugar donde nací.

Es también la pregunta que me sigue acompañando:

¿Y si el pueblo aún pudiera ser el comienzo, y no solo el recuerdo?

Epílogo – Sábado, 24 de mayo de 2025

Esta mañana salimos temprano para ver a la Virgen de Tíscar y, al volver, pasamos por Quesada. Allí quería comer y enviaros esta carta, pero no ha sido posible. Así pasa aquí: el mundo moderno llega a gotas, siempre tarde.

Esto también es Huesa: un lugar lleno de amor, de dignidad y de talento… pero que sufre la indiferencia de quienes deberían cuidarlo.

Y yo, desde este rincón que me vio nacer, os lo escribo para que no lo olvidemos nunca: los pueblos vacíos no son solo casas sin gente, son vidas interrumpidas por el abandono de las grandes ciudades y sus capitales más pudientes.

Y eso, Gerard, Laura, duele. Porque uno siempre quiere que su origen sea semilla, no frontera.

Pero hay algo que no puedo dejar de deciros: en estos dos días que llevamos aquí, he sentido el cariño de cada paisano, de cada voz con la que he hablado. He sentido amor por esta tierra, por la memoria compartida y por las ganas de seguir cuidándola, aunque a veces parezca que el mundo se haya olvidado de ella.

Aun así, sigo creyendo que hay algo que nunca podrán cortar: la raíz que llevamos dentro.

La memoria que camina con nosotros.

El amor que se siembra en cada paso que damos de vuelta a casa.

Y si algún día venís aquí —a Huesa, a la tierra que me vio nacer—, recordad que cada silencio y cada muro tienen una historia… pero también un hueco para la esperanza. Venid a comer con vuestras raíces, a escuchar lo que aún susurra el viento en estas calles. Porque aquí, aunque la vida se haya hecho pequeña, sigue latiendo la memoria que, un día, os pertenecerá también a vosotros.

José Moreno Robledillo

Huesa, mayo de 2025

✍️ Escrito por José Moreno Robledillo

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