Cuando la corrupción ya no escandaliza

Escribo estas líneas desde la sala de urgencias de mi centro de salud. No es una metáfora, es tal cual. Estoy aquí por culpa de un esguince que se me ha complicado, pero basta con mirar alrededor para ver que todos los que estamos aquí compartimos algo más que el dolor físico.
Hay quien aguanta en silencio, quien se queja, quien mira el móvil para pasar el rato. Y luego estamos los que no podemos dejar de darle vueltas a lo mal que van las cosas, a la grieta que cada día se hace más grande mientras nos dicen que no hay otra salida.
Hoy me duele el tobillo, sí. Pero lo que más me duele --lo que lleva años doliendo-- es ver cómo se nos pudre el sistema por dentro, mientras muchos, por miedo o por costumbre, prefieren mirar a otro lado.
EL JARABE DE LA IMPUNIDAD
Lo de Santos Cerdán no es un simple lío de comisiones. Es una red bien montada, con recorrido y con mucha gente metida. No hablamos de tres mindundis con pinta de secundarios en una peli de Torrente. Hablamos de contratos públicos, mesas de adjudicación, técnicos que firman, empresas pantalla, favores entre colegas y silencios que se pagan bien.
Una de esas "tapaderas" estaba en Navarra. Sin empleados. Sin actividad. Pero cobrando. ¿Para qué? Pues para lo de siempre: camuflar mordidas con facturas. Y detrás de todo eso, caras conocidas: políticos con despacho, asesores de confianza, empresas con sonrisa de "todo legal, no se preocupe".
¿Y NADIE LO VIO?
He trabajado en contratación pública. Sé cómo funciona. Todo pasa por mesas, por papeles, por informes. Aquí no hay inocentes por error.
¿Dónde estaban los que perdieron los concursos? ¿Y los funcionarios que sabían que aquello olía mal? ¿Y la prensa local, la de verdad, la que antes no dejaba pasar ni una?
Hoy sabemos más de los líos de Bruselas que de lo que pasa a dos calles de casa. Y mientras tanto, aeropuertos sin aviones, hospitales cayéndose a trozos, autopistas que se rescatan con dinero público.
Esto no es un fallo puntual. Es un sistema montado para que ganen siempre los mismos.
EL AZÚCAR QUE TODO LO PUDRE
Podemos seguir sacando a tres culpables cada cinco años. Cambiar nombres, siglas y las caras en las ruedas de prensa.
Pero mientras haya bolsas llenas de caramelos, siempre habrá gente dispuesta a chupar. Y en este país hay muchos caramelos, y demasiada gente con hambre de eso.
El problema no es solo "los políticos". El problema es que el sistema aplaude al que calla, al que tapa, al que reparte sin hacer ruido.
¿Y NOSOTROS QUÉ?
Nos toca decidir:
- ¿Nos callamos y seguimos enganchados a TikTok?
- ¿Nos quedamos con lo de "todos son iguales"?
- ¿O empezamos a exigir que ninguna empresa que haya metido la mano vuelva a hacer negocio con dinero público?
- ¿Que el periodismo vuelva a hacer su trabajo?
- ¿Que cualquiera pueda consultar los contratos, los pliegos, los nombres de los que se llevan el
pastel?
EL CIERRE QUE DUELE (Y OJALÁ DESPIERTE)
Tal vez lo más grave ya no sea el caso Cerdán. Ni la empresa fantasma. Ni las mordidas al aire libre.
Lo más grave --y más peligroso-- es que ya no nos escandalice. Que huela, sí... pero a "chorizo del de toda la vida". Y así seguimos: con las manos en los bolsillos, pero el olfato dormido.
Por eso escribo. Porque no quiero acostumbrarme. Porque no quiero que mis hijos --ni los tuyos-- crean que esto es lo normal.
Y porque, si seguimos diciendo que "todos son iguales", los de siempre seguirán repartiéndose el plato.
José Moreno Robledillo
Junio 2025