Hola y Adiós: Sabina y el arte de doler cantando
Hola y Adiós: Sabina y el arte de doler cantando
Hay conciertos que no son solo música.
Hay noches que no se olvidan porque te atraviesan como una vieja canción que conoces de memoria, pero que por fin entiendes.
Desde que llegamos al intercambiador, ya se notaba algo distinto.
Una riada de gente se movía hacia el recinto ferial: mayores, jóvenes, parejas, grupos de amigos. Una mezcla bonita.
Algunos venían de largo recorrido.
Otros, como nosotros, con una emoción en el pecho que costaba disimular.
Y había un detalle que me emocionó sin esperarlo:
Chicas y chicos vestidos con sus trajes de mago, que salían del concierto directos a la romería de Tegueste.
Ese cruce entre Sabina y la fiesta popular era, en sí mismo, una postal de la vida:
La poesía urbana mezclándose con el folclore de una isla que sabe celebrar hasta la melancolía.
📌 La noche que Sabina nos cantó la vida
Sabina salió al escenario con un rugido:
"Supervivientes, maldita sea."
Y con esa frase nos sacó a todos del asiento interior.
No había concesiones. Había verdad. De la que escuece y reconcilia.
La escenografía era una prolongación de su alma:
Colores rojos, rostros proyectados, dibujos y pinturas firmadas por él mismo.
Una cara con una lágrima, un bombín sobre fondo de taberna.
La nostalgia no era tristeza. Era presencia.
📌 El poder de una mirada y una canción
Fue hermoso ver cómo el público se transformaba:
Al principio, caras serias, móviles en la mano, conversaciones bajas.
Pero bastó una estrofa, una mirada desde el taburete de Sabina, para que todo cambiara.
Las pantallas se apagaron. Las sonrisas brotaron.
La gente, aunque sentada, se puso de pie por dentro.
No era una nostalgia pasiva.
Era una complicidad activa. Se notaba en el aire.
Fue emocionante también ver cómo Sabina le dedicaba la primera canción a una joven del público.
Y cómo, al cerrar el concierto con Princesa, nos recordaba que él no canta para la memoria:
Canta para que la vida no se nos olvide.
📌 Sabina: canto sin red, vida sin permiso
Sabina, como siempre, no quiso fingir juventud.
Quiso cantar con dignidad.
Con esa voz rota, ese gesto torcido, esa elegancia de quien ha amado sin red y ha vivido sin pedir permiso.
Yo, que he sido muchas veces ese hombre del traje gris, no pude evitar emocionarme.
Porque Sabina ha sido mi espejo, mi refugio y mi empujón.
Y esa noche, tras todo lo vivido en abril, entendí algo más.
📌 No era una despedida. Era una bienvenida.
A la belleza que aún existe.
A la palabra que aún nos nombra.
A la vida que, aunque duela, sigue siendo nuestra.
Gracias, Joaquín.
Y gracias, vida.
Una como quinientas veces.
José Moreno Robledillo
Tenerife, mayo 2025
Escrito por José Moreno Robledillo.
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