Una reflexión que necesitaba compartir

Esta fue la primera entrada que publiqué al abrir este blog.
Un punto de partida. Una declaración de intenciones.
Aquí explico por qué decidí dejar de callar y pensar, sin miedo, en voz baja.
No suelo hablar en público sobre política ni sobre asuntos personales.
Siempre me ha parecido más valioso escuchar, observar… y no incomodar.
Pero con el tiempo he comprendido que callar también es una forma de renunciar a pensar, y eso es algo que ya no quiero seguir haciendo.
Desde hace años —sobre todo desde el conflicto en Catalunya— se ha impuesto una consigna no escrita:
"De esto mejor no se habla. Cansa. Es incómodo."
Y así, en muchas reuniones familiares o entre amigos, hemos aprendido a guardar silencio.
Por miedo a discutir, a ser el blanco de memes, o simplemente por pensar que ya no merece la pena.
Mientras tanto, la palabra, la reflexión pausada, la escucha activa… han quedado fuera del juego.
El espacio lo han ocupado los vídeos recortados, las frases sacadas de contexto y las ocurrencias fáciles.
Y así, hemos dejado de pensar juntos.
Últimamente, varias personas que han leído lo que escribo me han preguntado si realmente lo he escrito yo.
A veces esa pregunta me descoloca.
Y reconozco que, durante mucho tiempo, pensé que pensar en público era arriesgado.
Que lo más sensato era no decir nada, para no exponerse, para no parecer ingenuo… o incómodo.
Pero ya no.
Hoy creo que el silencio también tiene un coste.
Hace apenas unas semanas hablábamos de cómo el mundo puede cambiar en solo 50 días.
Y ya no es una impresión: es un hecho.
Lo impensable se convierte en noticia.
Las certezas se tambalean.
Y el ruido se impone sobre el pensamiento.
Una pregunta me viene una y otra vez:
¿Qué pasaría si Estados Unidos decidiera invadir Groenlandia, que pertenece a Dinamarca —miembro de la Unión Europea y de la OTAN?
¿Le declararíamos la guerra a nuestro "gran aliado"?
Puede sonar exagerado.
Pero obliga a mirar el mundo desde otro ángulo.
¿Qué ocurre cuando el que impone las reglas es también quien más las rompe?
¿Qué papel le queda entonces a Europa?
¿Estamos dispuestos a defender nuestros valores incluso si quien los pone en riesgo no es Putin, sino quien siempre se ha llamado nuestro protector?
No tengo respuestas absolutas.
Pero sí una certeza:
necesitamos espacios donde pensar no sea un acto de osadía, sino una forma de ciudadanía.
Eso es lo que intento crear aquí.
Gracias por estar al otro lado.
José Moreno Robledillo
Tenerife, abril 2025