Cornellà del Terri sigue latiendo — y yo vuelvo para escucharlo

18.09.2025

No vivo en Cornellà del Terri. Pero vuelvo. A menudo.

Vuelvo por carreteras secundarias y recuerdos primarios.

Vuelvo porque hay lugares donde no hace falta haber nacido para sentir que algo de ti nunca se fue.

A veces el motivo es sencillo: una fira, una comida, un reencuentro.

Otras veces, más simple todavía: una bolsa de turrones del Cal Flaqué.

En mi casa de Tenerife, la Navidad no empieza hasta que abro esa bolsa.

Recuerdo especialmente la 27ª edició de la Fira de l'All.

Fue una jornada luminosa. Me reencontré con personas queridas, abracé a quien en su día fue una niña de 14 años —la Ita—, saludé a su padre, a su madre…

Y tuve el placer de hablar un buen rato con Jordi Nierga, periodista y autor de Cabeces i forcs, un libro bellísimo sobre el ajo y su gente, sobre los oficios humildes y las memorias del Pla de l'Estany.

El título hace referencia a las trenzas tradicionales de ajos y anea: cabeces i forcs, como se han hecho aquí toda la vida.

Yo trabajé durante muchos años en el mundo de los ajos.

Por eso, con los años, muchos empezaron a llamarme el Josep dels alls.

No como apodo, sino como identidad. Porque lo viví. Porque me lo gané con las manos.

En aquella feria también conversé con la gente que la organiza, con amigos que estimo de verdad.

Recuerdo con especial cariño a Josep Camps, un gran empresario, y todavía mejor persona.

Son esas conversaciones, esos abrazos, los que me traen de vuelta… y me hacen quedarme un rato más.

Camino por las mismas calles de siempre, y no son las mismas.

El Mas Ferrer ha cambiado. El campo de fútbol resiste. Las casas nuevas brotan en los márgenes.

Pero el aire… el aire sigue teniendo algo.

Algo que no se toca, pero se intuye.

Algo que te hace mirar de reojo al pasado sin que duela.

Cuando camino por Cornellà del Terri, no voy a buscar al niño que fui. Ni siquiera al joven que se fue.

Voy a comprobar si el corazón del pueblo sigue latiendo con el mío.

Y sí.

Late.

En las campanas.

En el olor del horno de Can Flaqué.

En la plaça del Maig, al ver l'arbre, que este año está más alto que el anterior.

Y si los cornuts siguen todos en su sitio, entonces todo está como debe. Todo sin prisa.

En las caras que me suenan sin nombre.

En los recuerdos que se arriman, aunque no los llame.

A veces me busco en los demás.

¿Sigo siendo el Josep de la Eduarda?

¿El Josep dels alls?

Puede que sí. Puede que no.

Pero hay algo que no cambia:

Cornellà del Terri no es mi casa.

Pero cada vez que vuelvo, algo en mí… vuelve a casa.

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