Madrid, 20 de noviembre de 2025
Círculo de Bellas Artes · Terraza
He venido a un taller de escritura que proponía un ejercicio sencillo en apariencia: encontrar al niño que uno fue. Y aquí estoy, en la terraza del Círculo de Bellas Artes, con el edificio del Banco de España delante y, un poco más al fondo, la silueta de Torre España. El Pirulí se inauguró en 1982, el año del Mundial. Miro ese horizonte y pienso que ese niño que fui jamás habría podido imaginar algo así.
Cada 20 de noviembre solía ver en alguna pared la reivindicación de un tiempo que muchos prefieren no recordar. Hoy no lo he visto en pintadas, sino escrito en mayúsculas en casi toda la prensa, la que se lee y la que se consume sin leer. Malos tiempos para la memoria. Demasiado buenos para la desmemoria.
No disfruté aquel Mundial. Me gustaba el fútbol, pero estaba centrado en abrirme camino profesionalmente. No podía permitirme lujos, ni viajes, ni distracciones. Nunca había estado en Madrid y tampoco me había concedido viajes de placer. Eso llegó después.
Fue diez años más tarde, en 1992, cuando regresé conduciendo mi Lancia Dedra para el bautizo del hijo de Manuel. Sin saberlo, ese viaje abrió un ventanuco al cielo de Madrid. Algo se movió por dentro. Un año después, en septiembre de 1993, viajé a Tenerife. Y ahí sí hubo un giro grande en mi vida.
Hoy, cincuenta años después de la muerte de Franco, estoy aquí sentado tomando un café sin miedo al precio. Escucho Ven que te quiero ver de Alex Ferreira, que acabo de descubrir, y respiro el cielo limpio de Madrid. El niño de Huesa no habría podido imaginar esto.
No he encontrado al niño del todo, pero sí la forma en que miraba. Más que una imagen concreta, he dado con el hilo que une los pasos aunque uno no se dé cuenta. Ese hilo no es nostalgia. Es vida.
Yo era ese niño que abría la iglesia en Vall-llobrega antes de que amaneciera. El monaguillo silencioso. El niño que se quedaba mirando burros y personas pasar por la plaza de Huesa sin saber que estaba aprendiendo a observar. No imaginaba dinero, ciudades, ni decisiones que parten la vida en dos. Vivía en un país pobre, atrasado, con veinte años de retraso respecto a Europa. Lo entendí de verdad cuando emigré a Ginebra en 1973. El mundo avanzaba y nosotros seguíamos caminando bajo la sombra de la dictadura.
Y hoy, aquí arriba, no solo siento que Franco murió hace cincuenta años. Siento algo más incómodo: que el franquismo, como mentalidad, no ha muerto del todo. Está en el aire, escondido, esperando un nuevo disfraz para sentarse otra vez en la mesa. Y esa sombra también es parte de mi historia porque crecí dentro de ese silencio.
Dentro del Círculo hay una exposición de Robert Capa con imágenes de 1933 a 1936. Luego vendría la Segunda Guerra Mundial. España no entró en esa guerra, pero cayó en algo peor: una derrota larga, moral, económica y cultural. Décadas de atraso, miseria e indiferencia. Ese es el mundo del que vengo. El mundo donde ese niño abría la iglesia. El mundo que se escondía detrás de las ventanas que abría sin saber que eran puertas.
Hoy siento que no he venido a Madrid a buscar al niño, sino a recordar cómo miraba. Y esa mirada, sin querer, me ha traído hasta aquí.
José Moreno Robledillo
20 noviembre 2025
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