Vall-Llobrega, la puerta cerrada
Hoy regresé después de 55 años.
No buscaba un lugar; buscaba una parte de mí.
Pasé por calles que conocí, por esquinas que ahora tienen otro nombre.
Todo igual… y distinto a la vez.
Lo que me esperaba estaba en la iglesia.
La encontré cerrada.
Me vi de niño, bajando corriendo a abrir la puerta a los turistas.
La puerta sigue siendo la misma,
pero ya no hay nadie que la abra.
El huerto es ahora una rambla.
El almendro ha desaparecido.
La rectoría ya no tiene voces.
Un hombre nos miró con desconfianza.
No dije nada.
La punzada fue por dentro.
Y, sin embargo, hubo una sonrisa.
Un camarero marroquí me escuchó decir:
—"En esa casa viví yo."
Sonrió, sin más.
Fue suficiente.
A veces basta una sonrisa para recordarte que aún hay luz.