Una comida que decía más de lo que parecía

06.04.2025

Ayer comimos con Sergio.

Sergio es muy especial para nosotros. Llegó a nuestras vidas como un apéndice de una de mis hijas, de esas con las que nunca llegué a comprar zapatos, pero que han dejado huella igual.

Con el tiempo, Sergio no solo se quedó: tomó protagonismo. Se instaló con una presencia tan honda que me cuesta describirla. Nos llega al alma. Así, sin más.

Hace unos días me apunté a un curso de escritura para aprender a atrapar instantes, describir con precisión momentos así… pero, sinceramente, no sé si soy capaz de traducir con palabras lo que ayer vivimos.

La excusa era una comida para ponernos al día. Para Sergio, eso parecía. Para nosotros, era mucho más: una especie de refugio compartido, una tregua emocional, una necesidad de estar juntos cuando los nervios se agolpan por dentro.

Porque el 10 de abril se acerca, y esa fecha pesa. No sabemos qué vendrá. Y eso duele, aunque no lo digamos.

Fuimos prudentes. Sensatos. Nos contuvimos. Pero unas copas de Camins del Priorat —benditas copas— abrieron lo que estaba encerrado. Dejamos que nuestros pensamientos y sensaciones salieran, no con estruendo, sino como se habla en familia: en voz baja y con los ojos bien abiertos.

Sergio tenía ganas de hablar. Y nosotros también.

Él, con todo lo que lleva dentro. Y también con la intensidad de quien ha encendido una guía —una de esas que no solo orientan el camino, sino que acompañan el alma. Tan encendida está, que lo ha puesto rumbo a Georgia.

Nosotros, con el dolor, la ansiedad, el miedo, la ignorancia, la espera.

Hablamos del libro, de mis ventanas, de lo que significan. Ventanas que se abren igual hoy que hace cien años.

Hablamos también de política, de salud, de la renta.

Sergio nos decía, casi riendo: "Este año me sale a pagar… y ya son unos cuantos pagando felizmente". Lo entendí enseguida. Porque yo también he sido feliz pagando la renta.

Durante más de 30 años lo he hecho con gusto.

Y si soy sincero, era aún más feliz cuando pagaba más, porque eso quería decir que cobraba más.

No eran bonificaciones, eran bonus: primas de gestión, un plus de ingresos y también un plus de beneficios.

Sí, había esfuerzo, muchas horas… y sacrificios. Pero sentía que todo eso tenía sentido.

Sergio me hablaba de su padre, de un infarto. De su madre, de sus necesidades médicas. Ya tienen una edad.

Y su cara al contarlo… era todo.

Y yo le contaba que hoy, cincuenta años después de empezar a pagar mis impuestos, siento que ha valido la pena. Porque hoy no tengo que elegir entre salud o renta.

Vivimos en una sociedad del bienestar —aunque algunos ya no sepan ni lo que eso significa—.

Porque los que callan y los que chillan lo hacen desde el confort.

Los que despotrican están muchas veces muy bien pagados. Y han llegado a creerse intocables.

Se sienten privilegiados. Como si solo los pobres enfermaran. Como si todo esto les quedara lejos.

Pero no.

Lo que importa no lo gritan los bufones de TikTok ni lo dictan los oligarcas disfrazados de salvadores.

Lo que importa es esto: poder comer con alguien como Sergio, mirar a los ojos y saber que, a pesar del miedo, seguimos estando.

Seguimos compartiendo.

A veces, una fecha marca un antes y un después. Esta es una de esas fechas que nos recuerda lo frágil y valioso que es todo.